¡Trágame tierra! Porque estoy entre los cerros de Guerrero. No me
atrevo a decir lo anterior en voz alta, sólo para mis adentros porque de lo
contrario temo que las fracturas se vengan abajo y me mastiquen estos cerros
durísimos de mármol blanco y rosa, aquí el tiempo se detiene para Kuatemotzín, las águilas suspendidas en
su envergadura brillante me siguen como obscuros destellos frente al sol,
saludan al ceremonial cósmico que los danzantes de cada año celebran aquí todos
quiénes forman parte del movimiento de la mexicanidad.
Se hacen presentes los voladores de Papantla y las plumas de quetzal,
de gallo, avestruz, faisán, papagayo, águila, todas ellas de brillantes colores
rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul y morado, todas ellas danzan en los
penachos de los danzantes al ritmo del huehue,
en expresión artística llamada in xochitl
in kuikatl, tochtli (tortuga),
ozomatli (mono) y otras danzas.
El gallo se sacude aventando el polvo, tira el canto, repican las
campanas del templo de Kuatemotzín, la luna aclara, la piara de puercos gruñen
y comen cáscaras de naranja, el burro en el zacatal y Doña Nico con su lumbre
para cocinar despiden espeso humo que se eleva claro y que pica los ojos y la
nariz echa las tortillas para darnos una senda cena de frijoles de la olla con
epazote y unos huevitos revueltos, gracias a dios que el mármol de las montañas
no me trago porque de lo contrario no podría vivir tan feliz como lo estoy
haciendo.
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